31/3/10

David Lebón: En la vereda del sol, otra vez…

En agosto del año pasado David Lebón estuvo en Rosario para presentar su último disco y Caleidoscopio tuvo el honor de entrevistarlo. El encuentro estaba acordado el 14 de agosto para las seis de la tarde en El Cairo. Día terrible, húmedo y caluroso. Entre el ruido del bar, David estaba charlando con otros periodistas sentado en un sillón, y ya de lejos se le notaba en la cara todo el peso del clima. A pesar de sentirse pésimo -tenía la presión por el piso- tuvo la gentileza de quedarse a charlar amablemente de su vida, de todas sus bandas y su carrera solista, de sus amores y sus eternos y entrañables amigos. Habló del rock actual y de su ultimo trabajo discográfico, Deja vu, que como explicó “el nombre tiene que ver más con que esté Spinetta a cargo de la tapa y Gustavo Gauvry en producción, los mismos con los que hice El tiempo es veloz (1982)”. Disco ante todo blusero, y también cargado de enérgicas guitarras que redoblan la apuesta a la última etapa del músico como solista. Ya no tanta balada, David volvió de un extenso retiro para cantarle otra vez a la vida con la poderosa impronta rockera de antaño.

Para empezar, recordemos que Lebon es el aficionado más celebre que dio la historia del rock por estas latitudes. Desde los comienzos mismos se coló en casi todas las bandas más influyentes, siempre con un instrumento distinto al hombro: “Eso me pasó por locura de querer tocar. De chiquito en la escuela tocaba con lápices, hacia ruidos con cualquier cosa...estaba siempre buscando hacer sonar algo. Cualquier instrumento que me daban yo lo agarraba y a los dos días lo estaba haciendo sonar. Las ganas de tocar nomás.” En ese afán se alineó desde muy joven en la primera formación de Pappo’s Blues en bajo y guitarra, luego en Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll; fue baterista de Color Humano y se cargó la viola en Pescado Rabioso al mismo tiempo que colaboraba en guitarras con Sui Generis, y en teclados en el grupo sinfónico Espíritu. También participó de la segunda grabación de la Biblia de Vox Dei y se integró nuevamente a la formación de Pappo’s Blues. A mediados de los 70 David fundó Polifemo y luego Seleste, banda que abandonó para pasar a hacer historia con Seru Giran. En casi diez años, Lebon se despachó un recorrido artístico envidiable. “Cuando miro para atrás digo que me tocó a mí ser el único que tuvo la experiencia de tocar en los grupos más importantes.” Reflexionó el músico luego de un breve repaso consciente que “ahora de grande” suele hacerse. “Todas las bandas fueron increíbles, pero Pescado Rabioso fue la banda donde más me gustó estar, por la edad y por la experiencia de estar con Luis (Spinetta) y el negro Black (Amaya).” Reconoció David, con una sonrisa y cierta picardía que quien sabe qué recuerdos esté invocando. Seru Giran sin dudas, marca otra etapa en la carrera del “Ruso”, donde fue distinguido como "Mejor Guitarrista" por cinco años consecutivos. Se podrá leer por ahí acerca del papel secundario o “eclipsado” de Lebón en esta legendaria banda. En general y por oficio, al periodismo le gusta establecer bajo ciertos presupuestos, verdades absolutas y capciosas. Pero creemos, Lebón nunca estuvo a la sombra de nadie. Sin embargo nuestro “prócer sin bronce” – como otros más justos lo llaman- no reniega tanto del asunto, ni de la falta de reconocimiento a su trayectoria: “A veces me enojo un poco, porque los premios son un regalo lindo, te hacen sentir bien, pero en realidad al premio ya lo tengo.” Confesó airoso, como quien lleva 40 años en el ruedo de esta maquinaria, pero también consciente de todo el amor con el que emprendió -solo o acompañado- la misión de rockearla.

- ¿Con qué cosas te encontraste en el camino desde “yo lo soñé” (2002) hasta llegar a Deja vu.?

Hu, qué se yo. Encontré más paciencia, me di cuenta de que esto más que un vicio, es una cosa que tengo adentro mío que no puedo parar, el hecho de tocar. A veces no tengo ganas, como por ejemplo hoy. Hoy tengo ganas de estar en la cama, pero tengo que hacerlo y me encanta tocar, sobre todo, tocar en vivo y transmitir y de retribuir a lo que la gente te dice cuanto están agradecidos. Como vos me decías que escuchabas desde hace mucho los discos, y es un lindo regalo, la verdad es que vivir así es hermoso.

-Una vez más, Spinetta se hace cargo de la tapa de un disco tuyo… ¿no te animaste a pedirle que toquen algo juntos?

Luis, es un amigazo, yo lo respeto mucho y me da vergüenza a veces pedirle cosas, porque se que… que nada porque me da vergüenza, nada más. Inclusive tuve un sueño en el que yo le iba a pedir la tapa, y me daba vergüenza y no se la pedía. ¡Cómo una pesadilla! Y me llamó él, que quería hacerla porque se había enterado y me dio 766 dibujos que son todos círculos de distintos colores, hermosísimos todos. Como mandalas y me costó mucho elegirlo, además después veía círculos por todos lados. (risas) El que elegí tiene colores muy bonitos, muy suaves. Pero a los demás me los dejó, así que yo lo adoro, estoy súper agradecido.

-Igual contaste con otros grandes músicos para el disco

Si, lo que pasa es que yo admiro mucho a otros músicos como a Ricardito Mollo. Me fascina como toca y sé que nos queremos mucho los dos. Con Juanse es la primera vez que hacemos algo juntos, pero Juanse es muy rollinga, entonces me gusta mucho lo que aporta. También hay guitarras de Silvio Furmanski, pero siempre en el medio estoy metido yo, claro.

-“No quiero encerrarme, no voy a cambiar”, habla de tu momento, en el que venís de nuevo a ocupar tu lugar. ¿Cual es ese lugar?

Mi lugar es el de trabajar, que estuvo vacío en un momento dado, porque lo que yo hago, no lo hace nadie. No hay musicalmente una banda así, y muchas veces dejé de ocuparme de ese lugar por buscar otras cosas en mi vida personal que me parecen importantes también, buscar también mi vida para mis hijos, para mis nietos, y cosas distintas. Entonces esto es como decir, “volví”.

-¿Cual es la colaboración de Hilda Lizarazu en el disco, además del aporte de su voz?

(Risas) Hilda es una gran música, es una persona muy bella y tiene mucho criterio. La idea de llamar a Gustavo Gauri, así como el solo de una hora de (tema) en la que arranco yo y Mollo hace la otra parte, como en muchas otras cosas fueron ideas de ella. Se metió mucho y tiene muchísimo que ver en el disco y la verdad que yo estoy muy agradecido. Nos conocimos hace tres años en Cuba. Osea, yo la conozco desde el 84, pero digamos que lo nuestro de mirarnos distintos fue en Cuba.

- En Y es así tu amor decís “ya nadie tiene gusto, ya nadie toca con amor”… ¿es una critica al rock argentino de hoy?

Hay algunos grupos que hoy tienen todo muy fácil. Los instrumentos, ya podés grabar, hay estudios por todos lados, y por ahí falta un poco más de experiencia, un poco más de amor y cariño al trabajo. No se, en mi época cuando yo empecé a tocar era mucho más complicado, entonces eso me dio mucha fuerza para seguir haciéndolo. Ahora tenès un disco y podés hacer el loco y salir a la calle disfrazado, romper cosas, ha cambiado el sentido.

¿Y en cuanto a la calidad?

Y ahí le pegaste en el punto justo. Hay muchos grupos que me cuesta aceptarlos. Me cuesta mucho hablar de mis colegas, porque yo quiero que les vaya bien. Pero no hay muchos que me gusten, por ejemplo Los tipitos o Divididos que hace mucho ya que están. Y después hay bandas que escucho en la radio, pero tampoco les presto mucha atención. Pero entre mis pares ahora hay un músico que se los recomiendo a todos que se llama Keb Mo es un señor de color que hace un blues muy distinto. Yo recomiendo que lo escuchen…y después siempre a mis amigos.

- hablando de amigos, el último track del disco es Viernes 3 am…

Claro, porque yo no participé en la grabación con Serú. No está la viola en el tema, además porque no daba y era un tema que a mi me encantaba, yo lo escuchaba al costado del escenario cuando lo tocaban. Y como es una canción muy bella, ahora me di el gusto. Me desquité. Lo que tiene el tema es que… es un suicidio que prácticamente no te dan ganas de suicidarte porque es muy bello lo que el tipo ve.

-¿Estás en contacto con Charly?

Estamos ensayando en la misma sala, así que nos vemos seguido. Yo inclusive lo sueño, dos o tres veces por semana y lo veo cada vez mejor. Yo lo quiero mucho.

-¿Y del reencuentro con Pedro?

Ah! ¡Con Pedro fue divino! Con Pedro me encanta hacer todo, lo que sea. A pesar de que somos muy distintos de carácter, por eso creo que nos llevamos bien. Este dúo que hicimos fue muy lindo y muy aceptado y no tuvo nada que ver con Serú, la gente lo tomó como algo entre él y yo, nada más. Y quedamos en hacer un disco juntos, más eléctrico. Así que ahí estamos, a la espera.

-Ahora que los revivals están de moda y Charly está en proceso de recuperación, volverías a tocar con él o nos conformamos con el reencuentro con Pedro?

Y bueno es así, para eso tan los discos gracias a Dios. Claro que no es lo mismo que vernos en vivo. Pero quién te dice…por ahí con Pedro y con Charly podemos hacer algo. Pedilo, pedilo... (Risas)



27/3/10

Hit the road, Jack

(Nota publicada en Revista Caleidoscopio, N° 3 año2009)
Hace exactamente dos años, la editorial Viking Press editó en su formato original “En el camino” de Jack Kerouac (1922-1969), novela autobiográfica y manifiesto de la Generación Beat. En principio, el buen gesto de la editorial norteamericana se debió –suponemos- a una clase de redención por haber rechazado en 1953 editar el rollo de papel de casi cuarenta metros en el que el autor frenéticamente tipeo durante veinte días, recluido en un departamento de Nueva York. Y después porque el mítico libro –el clásico que todos conocemos, resultado de muchísimas correcciones, omisiones y/o censuras- cumplía por ese entonces 50 años. La buena noticia es que este año la editorial Anagrama lo tradujo al español -con nuevo titulo: En la carretera- y lo puso a disposición de los amantes hispanohablantes de la prosa beat.

Resulta una buena excusa la aparición de este mito de la literatura moderna en formato de libro, precisamente porque se trata del corazón mismo de lo que fue la Beat Generation. Esta tribu de hipsters -como se hacían llamar- se diseminaba por las carreteras de “América” con la sola empresa de viajar “porque no había adónde ir excepto a todas partes”, haciendo sus altos en San Francisco y Nueva York, ciudades claves del movimiento por aquellos años.

Jack Kerouac y sus entrañables camaradas de ruta, Allen Ginsberg (1926-1997) y William Burroughs (1914-1997)- Santísima Trinidad de esta generación de escritores- fueron los referentes inaugurales de este fenómeno que revolucionó la escena de la bohemia norteamericana de posguerra, a mediados del siglo pasado. Estos beatniks ofrecieron un caudal memorable de experiencias, bajo los estándares del sexo, las drogas, el alcohol y el jazz, que permanecen vigentes en sus obras literarias. Pero la piedra angular de este movimiento, precursor de la contracultura de los 60’ –hippies, místicos, homosexuales y rockers- sigue siendo En el camino. Texto donde Kerouac narró bajo sus propios “principios fundamentales de la prosa espontánea” sus visiones “terrenocelestiales” cómo las describió Henry Miller, y materializó -en éste como en toda su obra literaria- los testimonios de su vida y la de sus congéneres que, frente a las miserias de una sociedad esencialmente materialista, buscaban aquello que siempre estaba en otra parte. Cabe mencionar, aunque sea de soslayo a Neal Cassady, personaje que fascinó a Jack -y a todos los demás-erigido como el titán de la gran epopeya kerouaquiana. En especial en esta novela que lleva como portada una foto suya.

Para penetrar en el centro de estos personajes nada convencionales, es casi imprescindible recurrir a esta obra capital que el Alma Mater del credo beatnik nos legó. Ya sea la versión vapuleada por las editoriales-con las que tanto lidió el autor- como la versión autentica y sin censura que, como dijimos antes, está disponible en librerías para revivir el extenso paseo inmoral por las desoladas rutas estadounidenses.

Fabián Casas: Nuestro Cazador Oculto



A principios de mayo, Fabián Casas estuvo en Rosario leyendo sus poemas en el Centro Cultural Parque de España, en un anticipo del XVII Festival Internacional de Poesía de Rosario que se llevará a cabo en septiembre. Apenas me enteré fui literalmente corriendo hasta allá, para conocerlo y escucharlo. Con un poco de suerte, también pude charlar con él.

Cuando estuve sentada frente a él no me animé a pedirle que me firmara Ensayos Bonsai que tenía en el fondo de la mochila. Pero mientras ponía mi grabador analógico sobre la mesa le confesé que estaba en pelotas, nerviosísima, que no había tenido tiempo de esbozar ni una sola pregunta, pero que ante todo soy su fan. Así fue como el reportaje devino en charla dónde fue él quien empezó a despuntar solo.

Me contó que estudió filosofía y que siempre leyó poesía. Que recorrió en moto América y que vivió “como medio año en el Amazonas”. Que hace poco, mientras su mujer estuvo de viaje, se quedó solo en su casa durante tres semanas con su perra a la que le fue contando cosas, y que “de eso salió un cuento infantil medio retro”. Cuento que va a ilustrar su amigo “el chango” (Santiago Barrionuevo), el cantante de “El mató a un policía motorizado”.

Con respecto a su trabajo: “Yo soy lo que hay, trato de no mear más de lo que puedo, es muy raro que intente trabajar sobre algo que yo no conozco o no sienta autentico, prefiero hacer otra cosa, hago karate o trabajo como periodista”.

Cuando le pregunté si se creía el Rocker de la literatura argentina, me dijo que no, pero se rió. “A mi me gusta el rock porque forma parte de mi educación. Para mi toda la resistencia de la dictadura militar fue el rock, una resistencia entre comillas, la verdadera resistencia la tuvo la militancia. Pero desde ese lugar nosotros resistíamos escuchando Artaud de Spinetta. O con los discos que traía mi hermano, o mi primo que era de la JP. Toda esa influencia fue para mi muy enriquecedora.”

Este poeta, narrador, ensayista y periodista oriundo del barrio porteño de Boedo, se asomó a la literatura argentina dentro de lo que fue la generación de poetas de los 90´, a la que él mismo definió en el prólogo de su “librito” de poesía Oda, como la “camada de poetas poderosos que hicieron que la poesía cambie de piel, para mantenerse viva”. Sigue Casas: “Yo me considero parte de todo el cuerpo de la literatura, junto con mis contemporáneos. Porque la literatura es algo colectivo, no es individual para mí. Yo lo entiendo así, no existe una sola forma de ver la literatura porque eso habla de la precariedad de una cultura”.

Como regla por antonomasia de todo escritor, FC siempre está leyendo: “Soy más un lector que un escritor, leo todo el tiempo. Ahora estoy releyendo a Faulkner y a Onetti, porque estoy haciendo un curso sobre él. Lo leí todo cuando era muy chico, y está bueno redescubrirlo ahora.”

Dicen por ahí que está casi consagrado como un escritor de culto, o sin exagerar como uno de los mejores de las últimas generaciones. Y ojo con esto, Casas viene conquistando una legión de fans: “Cuando escribo no pienso en los lectores, yo ya había publicado mis libros de poesía en los 90 y Ocio en el 2000, pero era conocido solo dentro de un segmento muy chico de gente que escribía poesía, pero desde que salió Los Lemmings me para la gente por la calle, siento una recepción más popular, más intensa. Gente que es como fanática, me preguntan, me escriben… es raro para mi.” En Rosario al menos, pasa inadvertido y conseguir libros suyos no es tarea fácil. Pero aquí o allá, lo mismo da: sigue siendo under y sobre todo muy punk. Porque no se toma tan enserio eso de ser escritor y porque no tiene urgencia. Pero él está ahí, al acecho, con un ojo en la civilización y otro en su ombligo, porque Casas es nuestro Cazador Oculto (adulto), y mientras juega a las escondidas con el establishment literario se erige en nuestro guardián de la contracultura. “La verdadera contracultura (o cómo se llame) que está sucediendo ahora mismo es invisible. Cuando se hace visible deja de existir”, escribió en La Reacción, texto último y polémico (en el mejor de los sentidos) de sus ensayos Bonsai, donde se declara como un tipo de izquierda y dice que “La mayoría de los grandes artistas son de derecha”. Allí habla de su paso por el PC, de su poster de Invisible y de un Spinetta glamoroso que va de la Casa Rosada al Faena. Del Che y Kerouac. De Rimbaud y el desorden de los sentidos. Todo eso vale la pena ser leído. Eso y casi todo lo demás.

Ensayos Bonsai reúne textos diseminados en blogs, revistas y diarios, donde Casas reconstruye o destruye, en clave barthesiana “mitos” que emanan de la cultura, siempre tratando de “trabajar contra un orden simbólico” pero claro, desde una perspectiva propia, sesgada, suburbana y visceral, y en una prosa al “tun tun” como a él le gusta definirla. Prosa en la que funde y confunde géneros de los que el mismo escritor reniega: “Lo que escribo son una especie de ensayos, pero yo no me preocupo en qué es, no me pienso en género, me gustaría escribir siempre poesía. La poesía es la columna vertebral del arte, no la idea de escribir en verso sino en lo que sea. Básicamente esa es mi formación, vos pensá que en un momento la poesía, la filosofía y la literatura no estuvieron separadas en géneros, eran un mismo libro. Era más interesante, mucho más oscuro en el mejor sentido y más poderoso porque no estaba tan delimitado. Esas delimitaciones están bien para ordenar una carrera, pero cuando uno trabaja tiene que salirse de eso para poder escribir. Si vos te pensás dentro de la literatura no podés escribir, si te pensás dentro de la filosofía no podés pensar.”

A Fabián no le interesa ser cool ni escupir cinismo. No es cínico, es terriblemente honesto. No necesita apelar a la ironía. En una sola dimensión Casas te corta el aliento o hace que de pronto te estés riendo de algo que es atroz. Porque lo que dice, lo dice enserio y siempre cargado de esa melancolía atávica y endógena con que hace (su) poesía o lo que sea que escriba.

Es un ser infinitamente sensible, se nota apenas uno lo ve, ni bien uno lo escucha hablar. Es un tipo que en un poema dice que no está dotado para ser feliz y sin embargo escribe, sin quererlo, eso que uno a veces quisiera decir y necesita leer.





20/3/10

She wore blue velvet...



Buscando cosas de Lynch encontré una comparación interesante que hizo hace muchos años el New York Times: “David Lynch es como un Norman Rockwell psicópata” refiriéndose al ilustrador de las familias felices de Coca-Cola*. El director estadounidense se alejó de las grandes ciudades y se situó precisamente en los pueblos pequeños para hacer el recorte, el mejor si se quiere, del lado B del sueño americano. En sus planos quedan afuera los convencionalismos, las buenas costumbres y los hábitos socialmente aceptados. Lynch vuela el piso de una sociedad modelo y deja al descubierto lo que se suele esconder bajo la alfombra (eso que siempre termina por desprender mal olor). En el subsuelo del imaginario colectivo norteamericano -bien reforzado por tipos como Rockwell- es donde Lynch se planta para capturar las deformidades que el arquetipo de la familia occidental siempre ha sabido esconder. Terciopelo azul -o Blue Velvet- filmada en 1986, transcurre en una pequeña localidad de Carolina del Norte donde Jeffrey Beaumont, un joven universitario interpretado por Kyle MacLachlan, de regreso a su casa encuentra entre el follaje una oreja humana. A partir de allí se desenlaza esta historia que bien podría ser un policial de medio pelo o un excelente y turbio thriller que pone en el tapete perversiones sexuales que a más de un crítico en su momento le hizo morder el polvo. El aluvión de reacciones moralistas quizás haya sido para Lynch la respuesta que esperaba. “Todo el mundo que hace algo tiene una línea que se niega a cruzar, sea la que sea. (...) Es esa manera falsa de no ofender a nadie. Ser políticamente correcto es como ser tibio, y permanecer en ese extraño rinconcito desde el que no se puede ofender. Es como esconderse». Respondió el director en alusión a muchas de las críticas que recibió la película en particular, y a su inclasificable y controversial estilo cinematográfico en general. Cinta que, a pesar de la moralina, le significó una segunda nominación al Óscar al mejor director.

Sin embargo hoy en día, ciertas escenas que constituyen la esencia misma del film podrían resultar no tan escandalosas, sino más bien grotescas. Me explico: es probable que no nos escandalice ver a Isabella Rossellini siendo sodomizada por un demente, precisamente porque estamos sobreexpuestos a una cantidad obscena de pornografía a diario, vemos desfilar a miles de mujeres-objeto, y no nos detenemos en el impreciso limite entre el sexo mismo y el sexismo que los Mass media nos venden por igual.

En este largometraje, los actores encarnan todo tipo de perversiones, de lo más estereotipadas, reforzando patrones de conducta típicos y llevándolos a extremos aberrantes. Pero en dicha exageración, el gag del director. Dennis Hooper en la sublime interpretación de un lunático criminal -dueño de un siniestro repertorio de patologías sexuales- se gana con honores el rechazo inmediato. Desde las escenas sadomasoquistas en las que somete y degrada a la atormentada cantante que interpreta Rossellini, hasta el frotismo y el fetiche: el terciopelo azul en la boca que alterna con una mascara de oxígeno. Pero la audacia de Lynch radica en la hazaña de generar situaciones en la ambigüedad más incómoda que desorienta a cualquier espectador distraído. Tensiones internas del alma humana que solo Lynch se atreve, provocadoramente, a mostrar en toda su complejidad. Porque así como Hooper es un inequívoco psicópata, la bella y sufriente Dorothy encuentra placer en el dolor. Pero el director va más allá, poniendo algunos elementos fuera de lugar, como al curioso y obstinado Jeffrey Beaumont-el chico bueno de la trama- que dentro de un armario se convierte en un autentico voyeurista. Más tarde se verá también enredado en situaciones violentas y crueles donde definitivamente traspasa el umbral de las buenas costumbres, para luego sentir culpa y remordimiento. Sucede que entre los pliegues de lo cotidiano- ahí dónde media la peligrosa genialidad de Lynch- se vislumbran aquellas “tendencias” que permanecen en mayor o en menor medida latentes en todos nosotros. Y el que sueñe con verdes prados y lluvia de flores, que tire la primera piedra. Para Sigmund Freud los niños hasta cierta edad son perversos polimorfos, que los poderosos mandatos de la civilización se encargan de pulir en el devenir de éstos en hombres adultos.

La dirección ofrece una película con lugares comunes-peligro y misterio en un pequeño pueblo americano- y con final feliz, pero en el medio todos los recursos perturbadores de los que se puede valer este director, para darle una estética chocante pero bella. Estética que refuerza con la música que recobra real importancia a la hora de generar el clímax del film con dos de las canciones de la banda sonora. Blue velvet escrita por Bobby Vinton a mediados de los 50, siendo la pieza principal que canta Rossellini- e In dreams de Roy Orbison, que le dan la cuota de sensualidad e ironía que en ningún momento se le escapa a Lynch en medio de tanta locura. En el confuso mundo de Lynch así como en el complejo entramado de las relaciones humanas, el terciopelo azul es aquel placer que nos puede lastimar, y que sin embargo acariciamos.

http://www.youtube.com/watch?v=9UWo8LJnqLc