7/7/10

" Si yo fuera Maradona…”

Durante el mediodía del lunes pasado abriéndome paso en pleno “veranito de San Juan”, yendo a la parada del cole pasé por un kiosco de diarios, y como parte de un ritual callejero y cotidiano hice el ejercicio obligado. Me paré a observar y comparar, de pasada -porque es entretenido y más barato- los titulares de los diarios más importantes (¿?). Esta será, de casualidad, la segunda vez en mi vida que reparo en Olé. En general y sin miedo confieso que no soy futbolera ni le rindo culto a D10S, pero si, en el mundial y casi todos los días, soy argentina. Quiero decir que no fui yo quien buscó con la mirada la portada clarinista-futbolera, sino al revés.
Este titular, tramposo y cobarde, se clavó en mi pecho Nac & Pop con el que con tanto orgullo últimamente me ando. Dicho titulo, amarillo, gigante y con mucho arte decía: “¿Qué festejamos?”. Las comillas no son mías, por eso lo de cobarde. Una vez más los medios operan insistiendo en atenerse a una ideología de la representación objetiva que a esta altura da para la risa. Sobre todo porque se trata de una declaración del mismísimo Diego Armando Maradona, cuando en el 2006 Argentina quedó eliminada de la copa y algo así como 2000 personas se congregaron para “festejar” o manifestarse en apoyo a aquella selección. Esa declaración de Diego, hace cuatro años atrás está groseramente sacada de un contexto y puesta en otro. Exactamente sobre una fotografía tomada a la multitudinaria bienvenida al país que el "Pueblo" le dio a Maradona y a su equipo, el domingo luego de la derrota contra las aves de rapiña alemanas, que nos dejó claramente fuera del mundial. Miren ustedes qué berreta. No es Maradona el que reprocha qué se festeja después de tan “contundente” derrota ante el mundo entero. No. Ustedes verán. Son sus detractores. Son los lacayos del resentimiento los que le atribuyen a Maradona una nueva contradicción. Porque, sino me equivoco, según ellos el actual y polémico DT despreciaría, de acuerdo con aquella vieja declaración, la manifestación de afecto que el (otra vez) "Pueblo" -30.000 personas- le devolvió el domingo por la tarde. ¿Querrán decirnos a través de Maradona que somos mediocres y conformistas? ¿Que somos estupidos, fracasados, incorregibles? Si yo me tomara la molestia de contestarle al diario/monopolio en cuestión le diría, entre otras cosas, que acá no se festeja nada. Las banderas desplegadas entre los miles de hombres y mujeres que se acercaron desde distintos puntos del país al predio de la AFA no constituyen una expresión de alegría triunfalista. No hay victoria que celebrar y la gente lo sabe.
Lo que si hubo fue la necesidad de decirle a Maradona y a sus jugadores caídos: “tu no moriste contigo”. Si “el Diego” es de todos, sus fracasos en efecto, también lo son. Sobre todo si la derrota viste los colores de la albiceleste. Pienso que si el fracaso es colectivo la tristeza se comparte y así también se mitiga.
Pero también se trata de algo que este pais a pesar de todo conserva: se trata de algo emparentado con el sentimiento de "lealtad". No es mi intención darle un tinte peronista a la nota. Pero quiero volver sobre la concepción de lealtad que han tenido los sectores populares de este país para con sus representantes, y que por tradición, han sido despreciadas históricamente por las elites. Y este desprecio expresa cabalmente la contradicción entre los intereses de unos y de otros.

Un escritor, al que admiro pero con el cual desde mi humilde lugar de periodista inexperta discrepo, llama a este fenómeno como el “Gordismo”. Desde ya queda claro el sentido peyorativo que al término mi "amigo" le da. El gordismo connota lo obtuso, lo vulgar. Para él somos gordistas porque como ciudadanos ilustres del subdesarrollo, somos esclavos de la representación, y por eso enaltecemos a tipos como Maradona, así como a la figura de Perón y en la actualidad a los Kirchner. Entonces somos esclavos de representaciones totémicas, valga la redundancia, im-pre-sen-ta-bles. De un milico, de montoneros, y de un villero. Habrá de los que sigan hablando de barbarie y modales europeos. De Borges y alpargatas. De Boedo y Florida; de los fundamentalistas del ajuste y los vendepatria, del periodismo "independiente" y de Carta Abierta, o del gorilismo de la izquierda delirante que espera a que todos tengamos un titulo universitario para hacer la Revolución. Pero eso en esta nota no interesa, es pura sarasa de pseudo-intelectuales siempre disidentes y porque si.

Aquí y ahora, si es que somos verdaderos esclavos o niños huérfanos y plebeyos, nos ocupa la crisis más grande de representación cultural en Argentina. De la Argentina mediática o mediatizada. Por primera vez se pone de manifiesto que los medios de comunicación (el periodismo a través de ellos) no nos representan. Y que si el medio es el mensaje, ese mensaje no dice nada de nosotros, y eso es lo que realmente nos importa. Que en cambio siempre (nos) representó el futbol, como expresión cultural por excelencia de esta sociedad, y que en definitiva, también lo hace un gobierno que garantiza ese futbol a todos y a todas. Que en cambio sí nos representa una ley de medios, la cual avale una distribución democrática de los mismos, para poder de este modo vernos a nosotros mismos más democráticos, diferentes, siempre cambiantes, más sanos y sobre todo, sabiéndonos con el poder de elegir.

Hoy no podemos elegir ni el medio ni el mensaje, porque en todos lados es el mismo. De lo contrario, si podemos elegir bancar a Diego. Y quienes se pongan en su contra, se pondrán en contra de este socavado "Pueblo" que lo quiere y lo quiere bien. Porque Maradona hoy, como DT de la selección, o como el más grande jugador de todos los tiempos, es también el que se subió en un tren contra el ALCA en 2004, es el que apoya a nuestras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, es el que de Villa Fiorito conquistó al mundo entero. Es el ex adicto que apuesta por la vida y la lucidez; es el padre imperfecto y el bocón que interpela a Battler ante la prensa internacional, e invita genuinamente a Torneos y Competencias & Co. a que la sigan chupando. Por todo eso se lo banca. Por lo mismo que los poderes de facto en Argentina piden su cabeza, esperan que le vaya contundentemente mal y ponen detrás de su nombre la letra maldita ((( K))).

Se tratará de identificación directa o de un ideal: Muchos soñarán con jugar como él, otros con volverlo a ver (en Messi, ponéle), pero si yo fuera Maradona también le diría a muchos que la tienen adentro.

Si usé este titular trucho y artero para mi descargo, y no otro –los hay a amontones- es porque más allá de la vorágine coyuntural, se que este fenomenal apoyo a Maradona en Ezeiza quedará grabado en la memoria de muchos, para no decir arriesgadamente que quedará escrito en la historia. Porque también es una demostración de resistencia contra quienes se arrogan el derecho, o más bien, el poder de hablar en nombre de todos. Esos que hoy y como siempre hablan en nombre del resentimiento monopólico, manipulando y tiranizando la información para generar interpretaciones falsas en detrimento de los sentimientos genuinos de una sociedad. No quiero decir que aquello por lo que se manifiestan los sectores populares -ya sean maradonianos, peronistas, trotskistas o piqueteros- sea lo Bueno o lo mejor, digo que eso es lo legitimo, sobre todo si se lo reclama o se lo reivindica desde ese lugar que les es propio. La calle, la plaza, Ezeiza, el predio de la AFA. La famosa esfera de lo público, de lo que es común a todos. Se trata de aquello que virtualmente se aloja de manera más o menos idéntica en cada uno de los que constituyen ese montón de corazones reunidos y bien apretados. Aunque sea mínimo, aunque sea Maradona y sólo por un rato.

Así fue como después de leer tal cosa retomé el rumbo hacia a la parada, rumiando la mala leche y la humedad, y como si fuera poco me tomé el colectivo equivocado. No le hecho la culpa a Olé, ni a Clarín, ni a los superhombres de Alemania. La verdad es que me di cuenta tarde de que me había tomado otro colectivo. Iba totalmente abstraída en una lectura hasta que de casualidad levanté la mirada y caí en la cuenta de que estaba yendo en dirección opuesta a donde me proponía llegar. El señor del asiento contiguo me confirmó que no era el 133, sino el 113. Tuve que bajarme lejos y caminar mucho para llegar otra vez al punto de partida. La sabiduría de las pequeñas cosas, de lo intrascendente, de lo mundano que significa en una ciudad mediana como Rosario, tomarse un colectivo cualquiera y terminar en otra punta y tener que arrancar de nuevo. Como buena hija del rigor, arriesgué improvisadamente, por no prestar atención, por no querer esperar. Perdí un poco de tiempo, si y una vez más traicioné a la puntualidad. Pero en medio de mis autorreproches del tipo “qué pelotuda”, “dónde me metí”, etc. se me coló una de las ultimas frases de Maradona en la Conferencia post-fracaso mundialista: “No pudimos cumplir un sueño, pero encontramos un camino”. Eso, un camino. Un camino al andar y cuantos más que quedarán por desandar. Después de todo, a quienes preferimos seguir creciendo, el camino es lo que más nos importa.

* Las fotos son cortesía copy-left del diario La Nación.