(Nota publicada en El Eslabón. Junio de 2012.) |
El que llevó la propuesta al grupo fue Ignacio, quien participa en el Colectivo Juguetes Perdidos. En 2011, al cumplirse una década del “que se vayan todos”, el Centro Cultural La Cazona de Flores –espacio que nuclea a distintas agrupaciones sociales– impulsó jornadas para problematizar los acontecimientos que marcaron el fin de una época y la afirmación de nuevas formas de organización social autónomas y creativas, en medio de la gran crisis económica y de representación política que atravesaba el país. Los Perros sin folleto no podían faltar, se pusieron a trabajar y como resultado salió un ensayo. Redondo.
“No es sólo un gusto que nos damos, de escribir sobre la banda con la que estuvimos enfermos la mitad de nuestras vidas, sino porque ahí hay algo para pensar, y eso significa que los sentidos no están agotados”, explica Agustín. Mientras tanto, Ezequiel aclara: “Todos nos relacionamos de manera distinta con la banda, en algún punto esto va más allá de la identidad (ricotera) de cada uno y tiene más que ver con pensar algo que definitivamente marcó un momento de la cultura popular argentina”. Se podría decir que, salvando algunas distancias, todos coinciden en que esta Historia ricotera del 2001 surgió de la necesidad y el deseo compartido de pensar un acontecimiento histórico concreto: el estallido del diciembre negro; y de postular, por fin, a la experiencia de Los Redondos como objeto de investigación, otorgándole la dimensión de un fenómeno social y cultural que revistió mucha más politicidad de la que se quiere reconocer.
Esa invisibilidad queda expuesta cuando Perros sin folleto constata que aún no hay estudios dedicados a los Redondos; vacío que “tiene que ver con la tradición intelectual argentina, con lo que se considera pensable. Lo que es un objeto de estudio al cual tienen acceso privilegiado los académicos y para mí lo que sirve para pensar la vida y las situaciones es lo que está vivo”, según argumenta Agustín. Y enseguida subraya que la diferencia principal entre los intelectuales argentinos y los europeos es que “ellos toman a sus coyunturas como grandes universos de pensamiento, es decir: hay una huelga general ¡y refundan la ontología! Entonces, ¿cómo puede ser que tengamos que pensarnos respecto de los lugares donde aparentemente se pone en juego todo y siempre queda tan lejos? si al final la vida siempre está acá, nunca está en otro lado”. Acá estalló algo y la indiferencia ya no se banca. Como dice Ezequiel, “las cosas estallan y toman forma”, entonces ahora hay que pensarlas.
Y el rock como todo llanto
Perros sin folleto analiza el derrotero que tuvieron los Redonditos de Ricota: desde sus comienzos en el under, a finales de los setenta, en sus actuaciones en el patio de atrás de una casa que aparentemente estaba “en orden”, durante los ochenta, y finalmente en la Nueva Roma de los noventa, en estadios desbordados que fueron el caldo de cultivo para el desmadre, la insurrección. En este sentido, Ignacio advierte lo “sintomático” de la separación de los Redondos en el mismo año en que se produce el estallido del 19 y 20 de diciembre, como el final apoteótico de una época que fue todo un palo. En el escrito queda plasmada esa dinámica riquísima e inédita de intercambio entre público y banda que instauró un nuevo lugar de resistencia pero también de vanguardia, y en el que se pusieron en juego sensibilidades, nervios, deseos y cuerpos.
El texto sugiere, también, atender a la creación de nuevos saberes, nuevas formas de existencia y de valorización autónomas: “la subjetivación ricotera” de miles de pibes que, ante el desencantador escenario de los noventa, prefirieron bailar en un rock yugular “los designios de Patricio, esa trascendencia del nosotros”. De esto se trata el cuadernillo: de hacer inteligibles esas nuevas formas de ser y de estar en el mundo que esos chicos afiebrados fueron forjando al calor de un proceso social y cultural complejo y doloroso.
Esto ya no es rock, mi amor
“Los Redondos se erigieron como trinchera de los expulsados, no sólo del mercado laboral y de consumo, sino también los expulsados del relato, del mundo simbólico de los noventa. Aquellos que no querían creer en nada pero que sin embargo querían afirmar su existencia”, sostiene Agustín, y apunta que la experiencia redondita “fue albergando un montón de fuerzas que ya estaban circulando en la época, con formas de vida que estaban aguantando, alentándose ahí”, por ejemplo, en cada encuentro, en cada celebración de la misa. “Esas fuerzas, ese fervor es lo que eclosiona en 2001 en una revuelta que no tiene precedencias. En 2001 se decía que en la asamblea, para que ésta existiera, era condición que caigan las identidades previas de quienes las integraban. El tipo que corta una ruta no lo hace a título de un rol social asignado, sino como alguien que tiene en sus manos lo que está pasando por su presencia. Es decir, una pura negación.
Entonces –continúa Agustín– se pueden rastrear un poco esas sensibilidades combativas en el aguante ricotero”. Para seguir la pista de esa rebeldía, o el precedente del estallido definitivo, los autores insisten sobre los noventa y lo que en esa década se fue gestando, con explosiones más o menos aisladas de protestas sociales con demandas específicas, y con los Redonditos como protagonistas. Y no exageran.
La singularidad de Patricio Rey se cristaliza cuando deja de ser un lugar de “trinchera” para ser vanguardia: los enfrentamientos con los titanes del orden, la fuerza pública, la maldita policía. “A ver, a ver, quién dirige la batuta, si los redondos o la yuta hija de puta”. Porque “allí donde el orden reprime, es porque se sintió amenazado”, contribuye Ignacio. He aquí la “jurisprudencia ricotera”: tal la definición de los sin folleto para referirse a los enfrentamientos de mayo del 98 en el recital de Villa María, donde la policía dio la orden de retirada. “Nosotros, hasta donde pudimos ver, pasó esa vez y en el Cutralcazo del 96”, argumentó Agustín haciendo referencia al hecho que dio origen al movimiento piquetero.
También hay que decir que en ésta épica de “las bandas ricoteras”, la dimensión de la violencia inherente al clima de época, incluso más allá del “principio de placer” que rigió cada encuentro alrededor de Patricio Rey desde los antros de los setenta hasta alcanzar la “masividad clandestina” a cielo abierto, hay elementos poco gloriosos que el ensayo omite y que ya no tienen que ver con la lógica autónoma y romántica del pogo, sino con el facazo de los que se salen de la masa.
Quizás también falte considerar a Los Redondos como un fenómeno más ligado a una lógica de consumo. “En la lectura aparece poco el mercado como espacio de existencia de los Redondos, y tal vez eso explique algunas zonas vacantes que bien podrían enriquecer el problema”, reconoce Ezequiel en ese aspecto sin dejar de anticipar que sobre ese punto, entre otros, vienen discutiendo con el libro como horizonte.
Sólo te pido que se vuelvan a juntar
Luego del proceso de normalización institucional, de revitalización de la política, y de la nueva “percepción común de lo posible” que se instauró con el kirchnerismo desde 2003, pareciera que en relación a los Redonditos sólo queda pura nostalgia. Perros sin folleto dice: “Para que sigan siendo los Redondos (¡por favor!) que no se vuelvan a juntar. ¿Será que ya no son necesarios en tanto lugar de resistencia y desafío al orden imperante?”. Ezequiel, Agustín e Ignacio coinciden en que “no se trata de anhelar su regreso, sea como banda o como experiencia politizada”, y concluyen: “Con este cuadernillo nos proponemos, en cambio, algo más simple y más difícil a la vez: rastrear lo que de aquella movida sirva para pensar a la Argentina actual y tensar unas palabras y unas cosas para que de esa fricción nazcan estrategias que potencien formas ambiciosas, colectivas, de activismo y de militancia”.