Una vez disipado el temor al contagio de la sacrosanta gripe A y a pocos días de emprender su gira por los Estados Unidos, Babasónicos pasó por Rosario para presentar en Willie Dixon su última placa discográfica “Mucho+” junto con un repertorio generoso. El cual contempló a los fervientes seguidores de siempre, con algunas perlas de los viejos tiempos como “Natural” (de Pasto 1992) y “Montañas de agua” (de Trance Zomba 1994), y a los rezagados fans de la última etapa, que se enardecieron con los hits de los discos más recientes.
Dixon no es exactamente el lugar apropiado como para crear un climax glamoroso -por suerte- al mejor estilo babasónico post-Jessico. Pero es cierto que más allá de las condiciones edilicias del aclamado Templo Sudamericano del Rock, la banda de Lanús pudo sacarle brillo a la noche con su arrogancia rockera, con su impronta ácida y sexual. Empero, Sin dejar de lado la provocación y la irreverencia, los forajidos de siempre cautivaron a un público heterogéneo que sufría espasmos de histeria en proporción a los movimientos de caderas con los que Dárgelos-por fin y casi llegando al final- se dignó a ofrendar, para erigirse con todo su esplendor en el Sandro de America postmoderno, pero más, mucho más psicodélico.
Allá por los 90’ Babasónicos se inscribió en lo que fue la generación sónica de la escena under del rock porteño. Hoy son banda de culto, no sólo en Argentina sino en el resto del continente americano.
Tras “Infame” y “Anoche”, “Mucho” es el tercer disco consecutivo con el que la banda se alza con el Premio Gardel por “Mejor álbum de grupo rock”. Merecido reconocimiento a una banda que lleva 17 años en la prolífica labor de generar mucho más que rock, con el afán de conseguir cada vez una mejor performance lírica y de puesta en escena. Babasónicos cambia de piel porque evoluciona, pero la desfachatez se mantiene a flor de piel, porque siempre están revoloteando en alguna zona confusa, demoliendo las acartonadas concepciones en las que están insertas las nuevas D-generaciones. En cada canción florece un vergel de poesía que, repleta de clisés y estratagemas harto empalagantes, componen la sinfonía del cortejo. Ritual donde comienza y termina la Gran Aventura de la nueva era de la insatisfacción, que se anuncia en plena metástasis de narcisismo y donde lo importante es, ante todo, aprender a fingir.
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