El 29 de agosto Pedro Aznar presentó su último disco “Quebrado” en el teatro El Círculo de Rosario. el “niño culto del rock” hizo un recorrido formidable por su extenso repertorio, junto al excepcional cuarteto que lo acompaña integrado por Alejandro Oliva (percusión), Andrés Beeuwsaert (teclados), Federico Dannemann (guitarra) y Julián Semprini (batería), en un show que duró casi dos horas a corazón abierto. El suyo y el de cada uno de los que estábamos ahí con él, escuchándolo. De paso, aprovecho para decirles a quienes injustamente insisten en acusarlo de tipo frío y ¿desapasionado? que están tan pero tan equivocados que me atrevería a preguntarles qué tan humanos son si frente a éste –sí, admitamos que perfeccionista y un poco obsesivo- músico, no se prenden fuego a la par del mismo. Porque Aznar se planta, baila –vive, sobre todo vive- y arde sobre el escenario, desde el primero hasta el ultimo tema de cada concierto. La atmósfera que se crea, emana de la potencia y del color de su voz. Porque Aznar canta desde el alma y para el alma, con el profesionalismo y el perfeccionismo que lo caracterizó desde los comienzos, junto con el virtuosismo que desarrolló a lo largo de toda su carrera para tocar cada uno de los instrumentos como extensiones mismas de su cuerpo.
Lo maravilloso, es que esa energía arrolladora y candente se contagia. Quien haya reparado, habrá notado que El Circulo se transformó – con permiso de Galeano- “en un mar de fueguitos”. Pedro nos abrazó con bagualas y después nos dijo “Deja la vida volar”, canción de Victor Jara que interpretó a dúo con Mercedes Sosa para su ultimo disco “Cantora”. Después, sacó del baúl temas de Serú, de lo último de Serú, cuando el mismo Aznar iba tomando la posta con temas como “A cada hombre, a cada mujer” y “Déjame entrar”. Brindamos con clásicos de un repertorio compartido con Charly como “Mientes”, “Tu amor” y la versión castellana de “God only knows” de los Beach Boys, por los buenos años 80. También aplaudimos sus grandes éxitos como solista entre los cuales está el pegadizo “Ella se perdió”, etc.
Ameno batifondo se armó entre los viejos de siempre, y la potencia de todo lo que recién sale al mundo-desde el corazón mismo de Pedro- como Quebrado, Fugu, Claroscuro y Nocturno Suburbano. Canciones que componen el último disco, que van desde el más puro folklore hasta un potente rock con letras profundas y viscerales, pero que no pierden la cadencia y calidez del virtuoso bajista que gentilmente vino a compartir.
De pronto cambió el compás del asunto, pero no el agite de emociones profundas. De una dulce balada como “A primera vista”, Aznar ya nos estaba haciendo jirones el alma, mientras parecía que se le desgarraba la garganta, implorando un empujón del diablo pa’ enamorar en “Zamba de carnaval” de Ángela Irene. Y qué decir de la bellísima "Décimas", canción que Pedro pidió prestada a la chilena Elizabeth Morris, y sobre la que se tomó el atrevimiento de agregarle una estrofa para hacerla aún más hermosa. Dato que por otra parte ofreció sobre el escenario, en el que cada tanto charló con un teatro repleto. Hablando como un tipo común, de igual a igual, con el humor sutil que lo define, fruto de la inteligencia y la modestia de quien pese al genio, tiene los pies sobre tierra firme. Quizás una no esté acostumbrada, y por eso agradezca el gesto que tuvo Aznar de contar desde qué rincón de su ser brotaron las distintas canciones de Quebrado, las que compuso él y las que eligió para homenajear a quiénes hicieron la banda sonora de su adolescencia: "Tomorrow never knows", que en su placa Mudras grabó en vivo tendido de un arnés -como lo había pensado John Lennon pero que nunca llevó a cabo- y que esta vez interpretó sobre las tablas, pero creando la misma atmósfera onírica y psicodélica del excepcional tema de los Beatles; incluyendo "Angie", la romántica balada de los Stone, "Fragilidad" de Sting y "No es una pena" de George Harrison en una dulce pero poderosa versión en castellano. Además de "Credulidad" del flaco Spinetta y "Confesiones de invierno" de aquel Charly de los 70’.
El show tuvo dos intervalos. El primero, en una ofrenda al más grande exponente del folklore y la poesía de estas tierras, Aznar recitó el poema “Destino del canto” de Atahualpa Yupanqui. Siempre con la voz firme en cada verso del legado que el gran maestro supo dejar: “La luz que alumbra el corazón del artista es una lámpara milagrosa que el pueblo usa para encontrar la belleza en el camino (…) Si tú no crees en tu pueblo, si no amas, ni esperas, ni sufres, ni gozas con tu pueblo, no alcanzarás a traducirlo nunca.” Porque si Pedro tuvo que irse tan lejos para volver a sus raíces, para fundirse en el barro de la canción latinoamericana y alumbrarnos, entonces lo perdonamos. Le perdonamos que en 1982 siendo apenas un pibe haya abandonado -y disuelto- una de las mejores bandas que dio el rock argentino para internarse en el Berklee College of Music en Boston, Estados Unidos. Para volver diez años después -luego de formar parte del Pat Metheny Group con el que realizó varias giras por el mundo como multiinstrumentista y vocalista- a cantarle definitivamente a la madre tierra, para erigirse de manera indiscutible en uno de los referentes de la música popular contemporánea.
Volviendo a su último concierto en la ciudad, el segundo intervalo estuvo a cargo del maestro Alejandro Oliva que con una excelente pieza de percusión se ganó el aplauso y el deleite unánime de un público que - a esa altura- ya estaba muy conmovido. Imagínense llegando al final, cuando Aznar con su voz y una caja andina entonó algunos versos de “Tan alta que está la luna” de Quilapayún: “Vamos vida, yo ya me voy. Con mi cajita de cuero te digo adiós, te digo adiós” cantamos todos a coro. Pero la sinergia del encuentro fecundo entre Aznar y su público llegó inevitablemente a su fin, luego de que el cuarteto de músicos se despidiera, para quedarnos sólo con la presencia del músico. Sin micrófono y con guitarra en mano, Aznar se sentó a la orilla del escenario, ante una multitud que lo contemplaba en silencio y afinó dos temas sencillos -pero cálidos y a la vez tristes- como "Junk" de Mc Cartney y "Love" de Lennon. Una a una, las canciones de este repertorio son una porción, un pedazo de si mismo. La grandeza de un artista radica en el respeto y en la entrega total hacia su arte y hacia el público. La grandeza de un artista como Aznar hace que quienes nos sentamos para escucharlo un rato, salgamos flotando, por el mismo lugar por donde entramos caminando. Porque definitivamente si él es un elegido, si fue señalado por la tierra, entones ninguna tumba guardará su canto. Al menos yo me lo llevo conmigo.
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