18/11/11

Osvaldo Lamborghini: Un brillo de fraude y neón.



Nota publicada en el Nº 5 de revista En Voz Alta.


La excusa es que la editorial Mondadori reunió en dos tomos –Novelas y Cuentos I y II  su obra narrativa casi completa; el verdadero motivo es la manija, el rodeo y renuencia que a menudo produce leer a Osvaldo Lamborghini, con el puñado de cosas que dejó escritas para eso, para provocar, enmanijar y viciar una lectura y escrituras que proliferaron a posteriori sin ton ni son, o mejor, al ritmo de estridencias, risotadas y aullidos desesperantes.
 Osvaldo Lamborghini nació en Buenos Aires el 12 de abril de 1940 y murió en Barcelona el 18 de noviembre de 1985. En el medio, su vida transcurrió en un desplazamiento continuo, nomadismo como le dicen, entre Buenos Aires, Mar del Plata y Barcelona. En ese zigzagueo escribió todo lo que hoy nos ocupa.

Lejos de ostentar una obra para ser leída “con admiración y en silencio”, dejó flotando una especie de mito underground, marginal, “ilegible” y tentador por lo que naturalmente todos o casi todos los que sí están dentro de la cultura oficial quisieron hablar y escribir sobre él y su obra y polemizar con dimes y diretes sobre un Lamborghini que quizás desde el más allá o desde un rincón de esta misma hoja nos esté interpelando: –“¿Están locos, o les pica el culo?”. Sí, ese mismo que escribió El Fiord, el mítico cuento que circuló en la semiclandestinidad a fines de los años ‘60 entre militantes e intelectuales de la época.

Para economizar epítetos podría decir que se trata de un relato… ¡alegórico! como muchos de sus escritos, que contiene reminiscencias de la fragancia fétida del romanticismo gore del Matadero echeverriano, pero más porno y definitivamente más combativo…y triunfante, es decir, revolucionario. “Así practica El Fiord una barroquización sorprendente: (…) Tapiz apretujado, pero en vez de esplander en la nobleza de sus gasas y aterciopelados moños, se urde a espumarajos, a escupitajos, a baldes de sangre y mierda, a chonguerías”. Si Néstor Perlongher no especificara podría estar hablando de cualquiera de los dos, o no. Lo cierto es que El Fiord es su monstruaria opera prima, su “matrice” (como el Matadero a la narrativa argentina) que además encabeza el primer tomo de esta nueva edición. Pero no por ser la primera obra publicada del autor adquiere valor y trascendencia, sino porque es una de las piezas narrativas de Lamborghini, que a juicio de quien escribe,  le da una cuota sensata de sentido a todo esto, y es precisamente la dimensión política e ideológica que gravita en ella. Casi todo lo demás es una cuestión de estilo, pura paja lamborghiniana, de lo que sin dudas también se hablará.

Ni marxista, ni peronista: fiordista.

El Fiord (Chinatown, 1968) como pieza clave o corolario de la obra de O.L salió a la luz durante el onganiato, entre los cada vez más acalorados debates obrero-sindicales, y las resistencias, tendencias y peronismos varios. Había para hacer dulce y Lamborghini además se armó una “fiestonga”, porque eso es El Fiord: Una orgía de representaciones políticas de la época donde la violencia –inherente a toda contienda política– y la sexualidad se viven intensamente en y por los cuerpos de todos los personajes. Por un lado las bases peronistas de la resistencia (Sebas, un “enfermo de anemia perniciosa”, “una geografía del hambre”); por otro, la disputa en el ámbito de la “legalidad”: el sindicalismo burocrático que por siempre se arrogó la representación de Toda la Clase Obrera y sus contradicciones internas, personificadas entre la parturienta Carla Greta Terón (CGT), la lujuriosa Alcira Fafó (Andrés Framini) y la miserable criatura (“en lo que hace al tamaño, entendámonos”) Atilio Tancredo Vacán (Augusto Timoteo Vandor). Por último o en principio, El Monstruo borgeano, “nuestro abusivo Dueño y Señor”, “Hijo de puta Amo y Señor”, “Chancho Burgués” con su “sonrisa ortopédica”, el Loco Rodríguez, quien encarna y descarna la figura de Perón.

Ricardo Piglia en La Argentina en pedazos dice que aquel país que alucinan los escritores en la ficción de sus tramas “debe leerse a contraluz de la «historia verdadera», y como su pesadilla”, porque “la literatura tiene siempre una marca utópica, cifra el porvenir y actualiza constantemente los puntos clave de la política y de la cultura argentina”.
Lo paradojal de El Fiord radica en ese ida y vuelta constante entre el relato ficcional y su co
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relato en la realidad, porque si bien en El Fiord finalmente triunfa la revolución: “Así, salimos en manifestación” (tras cagarse los oprimidos, literalmente en el Loco, matarlo y comérselo en banquete), el mismo relato presagia lo peor, se anticipa al horror diametralmente inverso que desembocó en la última dictadura. A fines de los ‘70 en Sebregondi se excede O.L punteó: “Después del 24 de marzo de 1976, ocurrió. Ocurrió como en El Fiord.  Ocurrió. Pero ya había ocurrido en pleno Fiord”.

La marca utópica de Lamborghini en El fiord es doble y contradictoria. Por un lado, ¡la revolución! Y por el otro… ¡Vandor! que adquiere un rol no marginal, pero si pasivo –salvo por la masturbación– en la trama del cuento. Sin embargo el vandorismo en Lamborghini o la hipótesis de un “Lamborghini vandorista” es un invento de César Aira
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quien le atribuye la opinión de que “con el asesinato de Vandor se terminó con la clase obrera”, y otras patrañas por el estilo que luego compró Fabián Casas y volcó en un ensayo bonsai dedicado a Leónidas, El Hermano Mayor. Allí hace referencia a una supuesta rivalidad tragicómica de los hermanos Lamborghini, “Caín y Abel, o Caín y Caín”. Casas dice que Leónidas Lamborghini es lo único revolucionario que tiene el peronismo y que por el contrario Osvaldo parece encontrar “su estética y su ética en la derecha peronista más reaccionaria y monstruosa”. “Osvaldo – dice House– no sólo quería un peronismo sin Perón, sino un lamborghinismo sin Leónidas”. Casas a veces es muy camiseta (de Leónidas) pero hasta donde sabemos, Osvaldo a diferencia del autor del Solicitante descolocado, no se declaró peronista sino para parodiar o para-odiar: “Me gustaría lamerle el culo a un general” clamó El Hermano Menor, atribuyéndoselo a un “don de familia”.

Elsa Drucaroff, por su parte y como contrapunto a la hipótesis de Aira, rescata a un Lamborghini de izquierda, un Lamborghini en tanto sujeto social que ejerce el oficio de escritor, y a su escritura como resultado insoslayable entre la historia y su subjetividad. “El 24 de marzo de 1976, yo, que era loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico, me volví loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico”. Cortar por lo sano con este embrollo consistiría en rechazar de plano esa caricatura de un Lamborghini peronista de cotillón, (a lo Gatica) en la versión libre de Aira y recuperar sí, aquella consigna preferida de Perlongher que vociferaba un asambleísta al otro lado del Fiord: ¡Jamás seremos vandoristas! Jamás.

“Y por más que el lector sufra, el perverso jamás rima”

El niño proletario, La causa justa, el Pibe barulo y Cloaca Iván son los otros textos en que Lamborghini se deja leer, y como aconseja Piglia, a contraluz de la «historia verdadera». Relatos cifrados en ese humor díscolo, telúrico y puteador, que cobra vida y sentido en la Gran Llanura del Chiste, donde el tabú de la homosexualidad masculina es abducido en el más profundo agujero negro e infinito del terror de una sociedad medio psicótica y milica, como la nuestra, que siempre anda con cuidado porque si se da vuelta, capaz le gusta. En tanto, la guerra (de Malvinas) y el fútbol se erigen como los “supremos deportes de las sociedades masculinas”, al decir de Perlongher y al parodiar de Lambor: “Es formidable: Argentina, (¡Argentina, Argentina!) especula con la caída del Imperio británico”. Por último, El niño proletario es el más lineal en términos narrativos, pero también el más visceral cuando el chiste se torna pesadilla y una vez más la alegoría se hace carne en el cuerpo de una clase sometida por otra mediante el abuso, la vejación y el oprobio.

Con todo, no es una presunción absurda creer que está sobrevaluada la obra de O.L. No es el Borges de la contracultura literaria como quiere Aira, preguntándose: “¿cómo se puede escribir tan bien?”, en la elogiosa albacea con que prologó la primera edición de Serbal en 1988, luego de la muerte de Lamborghini. Además, que esté sobrevaluada no significa que no valga la pena hacer el intento de leerlo, de caer en sus garras por fascinación o aturdimiento y de reescribirlo como hacemos acá. Pero volviendo al “¿cómo se puede escribir tan bien?”, pero para descartarlo, nos preguntamos mejor: ¿Qué quería hacer Lamborghini con la escritura? A confesión de partes, en Sebregondi se excede, O.L dice: “Cuando el ser, pero no hay ser, ¡entendámonos!, tiene la vida tacha. Tampoco hay no ser, porque lo único que hay es lo único que no importa: el lenguaje. Los directamente implicados en el fraude, en el negocio flatulento de la mentira, ésos: ésos cultivan el lenguaje. Aquí se trata de matar.” Al parecer, en Lamborghini se trata de la destrucción, de matar el lenguaje literario a medida que va labrando uno propio en una escritura para sí mismo.

La convencionalidad de la lengua (que adquiere estatuto de ley) es lo que para Lamborghini encierra el fraude (sobre todo en la literatura argentina de salón). Sin embargo, y por otra parte, cabe preguntarse si el parto retardado y tortuoso de ese otro lenguaje no será la mejor expresión del autoerotismo en el ejercicio de la escritura misma. La paja lamborghiniana: Escribo para mí, ¿y qué? Parece decirnos cuando manifiesta: "Es difícil no gustarle a nadie". Nicolás Rosa advirtió en Osvaldo Lamborghini “una lengua filosa, y ¡guay! del que se atreva a desafiarla, es decir, a leerla; cuidado los universitarios, cuidado los críticos, cuidado los panfletistas, cuidado los novelistas de aquí o de allá, cuidado: aquí la retórica opera con dos entidades, la blasfemia y el insulto. Un verdadero escupitajo en la cara de la literatura argentina que prevemos no dejará herederos, él es su propia heredad”. Rosa tiene razón, nadie heredó nada. Sus contemporáneos, aquéllos que  lo conocieron, no lo heredaron, lo reinventaron en clave amor-odio. Entendámonos, lo consagraron en mito, en el “maldito mito”. Los giles que venimos detrás nos encontramos con Las Sagradas Escrituras de Osvaldo Lamborghini y pensamos (para consolarnos) que se trata de una farsa: nos precipitamos ante un Lamborghini estafador,  prestidigitador de lo imposible en ese lugar-no lugar donde todo es posible: la literatura. “Un brillo de fraude y neón”, incandescente o iridiscente, así se erige el menor de los Lamborghini, que aunque nos embauque, a tontas y a locas lo seguimos leyendo. 

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