20/3/10

She wore blue velvet...



Buscando cosas de Lynch encontré una comparación interesante que hizo hace muchos años el New York Times: “David Lynch es como un Norman Rockwell psicópata” refiriéndose al ilustrador de las familias felices de Coca-Cola*. El director estadounidense se alejó de las grandes ciudades y se situó precisamente en los pueblos pequeños para hacer el recorte, el mejor si se quiere, del lado B del sueño americano. En sus planos quedan afuera los convencionalismos, las buenas costumbres y los hábitos socialmente aceptados. Lynch vuela el piso de una sociedad modelo y deja al descubierto lo que se suele esconder bajo la alfombra (eso que siempre termina por desprender mal olor). En el subsuelo del imaginario colectivo norteamericano -bien reforzado por tipos como Rockwell- es donde Lynch se planta para capturar las deformidades que el arquetipo de la familia occidental siempre ha sabido esconder. Terciopelo azul -o Blue Velvet- filmada en 1986, transcurre en una pequeña localidad de Carolina del Norte donde Jeffrey Beaumont, un joven universitario interpretado por Kyle MacLachlan, de regreso a su casa encuentra entre el follaje una oreja humana. A partir de allí se desenlaza esta historia que bien podría ser un policial de medio pelo o un excelente y turbio thriller que pone en el tapete perversiones sexuales que a más de un crítico en su momento le hizo morder el polvo. El aluvión de reacciones moralistas quizás haya sido para Lynch la respuesta que esperaba. “Todo el mundo que hace algo tiene una línea que se niega a cruzar, sea la que sea. (...) Es esa manera falsa de no ofender a nadie. Ser políticamente correcto es como ser tibio, y permanecer en ese extraño rinconcito desde el que no se puede ofender. Es como esconderse». Respondió el director en alusión a muchas de las críticas que recibió la película en particular, y a su inclasificable y controversial estilo cinematográfico en general. Cinta que, a pesar de la moralina, le significó una segunda nominación al Óscar al mejor director.

Sin embargo hoy en día, ciertas escenas que constituyen la esencia misma del film podrían resultar no tan escandalosas, sino más bien grotescas. Me explico: es probable que no nos escandalice ver a Isabella Rossellini siendo sodomizada por un demente, precisamente porque estamos sobreexpuestos a una cantidad obscena de pornografía a diario, vemos desfilar a miles de mujeres-objeto, y no nos detenemos en el impreciso limite entre el sexo mismo y el sexismo que los Mass media nos venden por igual.

En este largometraje, los actores encarnan todo tipo de perversiones, de lo más estereotipadas, reforzando patrones de conducta típicos y llevándolos a extremos aberrantes. Pero en dicha exageración, el gag del director. Dennis Hooper en la sublime interpretación de un lunático criminal -dueño de un siniestro repertorio de patologías sexuales- se gana con honores el rechazo inmediato. Desde las escenas sadomasoquistas en las que somete y degrada a la atormentada cantante que interpreta Rossellini, hasta el frotismo y el fetiche: el terciopelo azul en la boca que alterna con una mascara de oxígeno. Pero la audacia de Lynch radica en la hazaña de generar situaciones en la ambigüedad más incómoda que desorienta a cualquier espectador distraído. Tensiones internas del alma humana que solo Lynch se atreve, provocadoramente, a mostrar en toda su complejidad. Porque así como Hooper es un inequívoco psicópata, la bella y sufriente Dorothy encuentra placer en el dolor. Pero el director va más allá, poniendo algunos elementos fuera de lugar, como al curioso y obstinado Jeffrey Beaumont-el chico bueno de la trama- que dentro de un armario se convierte en un autentico voyeurista. Más tarde se verá también enredado en situaciones violentas y crueles donde definitivamente traspasa el umbral de las buenas costumbres, para luego sentir culpa y remordimiento. Sucede que entre los pliegues de lo cotidiano- ahí dónde media la peligrosa genialidad de Lynch- se vislumbran aquellas “tendencias” que permanecen en mayor o en menor medida latentes en todos nosotros. Y el que sueñe con verdes prados y lluvia de flores, que tire la primera piedra. Para Sigmund Freud los niños hasta cierta edad son perversos polimorfos, que los poderosos mandatos de la civilización se encargan de pulir en el devenir de éstos en hombres adultos.

La dirección ofrece una película con lugares comunes-peligro y misterio en un pequeño pueblo americano- y con final feliz, pero en el medio todos los recursos perturbadores de los que se puede valer este director, para darle una estética chocante pero bella. Estética que refuerza con la música que recobra real importancia a la hora de generar el clímax del film con dos de las canciones de la banda sonora. Blue velvet escrita por Bobby Vinton a mediados de los 50, siendo la pieza principal que canta Rossellini- e In dreams de Roy Orbison, que le dan la cuota de sensualidad e ironía que en ningún momento se le escapa a Lynch en medio de tanta locura. En el confuso mundo de Lynch así como en el complejo entramado de las relaciones humanas, el terciopelo azul es aquel placer que nos puede lastimar, y que sin embargo acariciamos.

http://www.youtube.com/watch?v=9UWo8LJnqLc

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